Ayer pude por fin finalizar un ayuno involuntario cinematográfico de algunas semanas asistiendo a la película que menciono bajo la imagen: un documental biográfico sobre el genial periodista gringo Hunter S. Thompson, que había mencionado e incluso citado en un par de posts anteriores, el segundo uno de los más visitados de este blog por obra y gracia de Google.
Para hablar de la película, lo más fácil sería tomar la posición "it sucks" de Jay Sherman, y hablar de los numerosos puntos en los que no llega a ser excelente. Pero lo primero que voy a hacer, es reconocer que esa película me tuvo durante sus dos largas horas perfectamente absorbido en una montaña rusa de euforia, angustia, tristeza y rabia que tienen que haber sido un modelo de juguete de las que le provocaban al mismo Hunter las montañas de pastillas ilegales que ingería a cada rato. Supongo que una buena parte del mérito es del personaje y no de la película, porque por alguna razón lo que se refiere a este escritor siempre me ha movido mucho emocionalmente. Creo que sus escritos logran contagiar al lector (o al menos a algunos lectores) con una especie de agitación incómoda perpetua que en adelante asaltará la mente activada por cualquier cosa relacionada: el senador George McGovern, familiar del senador Jim McGovern mencionado en el disco duro del computador de Raúl Reyes (suenan risas grabadas), Las Vegas, Nixon, los Ángeles del Infierno, el Derby de Kentucky, los mint juleps, las pastillas de mezcalina.
Me declaro admirador de Hunter S. Thompson, pero me declaro también una persona absolutamente diferente de él. En particular, me declaro incapaz de escribir como él, porque soy aún más incapaz de vivir como él. El periodismo gonzo, esa inmersión furiosa en la realidad, es algo que debe ser increíble de experimentar, pero que como experiencia directa nos está vedada a la mayoría de los mortales, pienso yo. Al salir de la película comentaba incluso con alguien el hecho de que probablemente haya habido un componente de desequilibrio de neurotransmisores en la genialidad del doctor Gonzo, o una conexión pobre de los lóbulos prefrontales.
La parte fastidiosa del legado de Hunter S. Thompson, pienso yo, viene en dos sabores, que a modo de homenaje procederé a tratar de minimizar y justificar, como una especie de homenaje mínimo e irrelevante.
Uno, es el sabor a menta, de esos cocteles sureños de cuello rojo llamados los mint juleps a los que aludió un(a) comentador(a) de este blog en el post sobre Ralph Steadman. Este sabor incluye a la gran cantidad de detractores de toda laya que han querido explicar por qué el personaje en cuestión no es la gran cosa. Es un espectro amplio: va desde los literatos especialistas cuyo trabajo es no dejarse impresionar por nada que no haya sido un escritor oscuro que escogieron para su tesis de doctorado, hasta los cuellos rojos simpatizantes del KKK que reclaman que Hunter no representa la verdadera naturaleza cristiana de los Estados Unidos (y, por supuesto, ellos sí), pasando por unos católicos que se preocupan porque los jóvenes podrían tomar ejemplo de un escritor sexagenario suicida y volarse los sesos, yendo a dar con su alma inmortal al infierno, y, peor aún, haciendo algo con su cuerpo sin permiso de los curas. Este, por suerte, es un sabor que no hay que pasar muy seguido, porque estos detractores escriben más bien poco. Uno se los encuentra sobre todo comentando noticias, supongo que también llamando a las estaciones de radio gringas, o en los periódicos godos que uno no lee.
Y el otro, es el sabor a sándalo de los fanáticos poco razonables del personaje. No me refiero sólo a los hippies demasiado simplones que no captan las críticas de Thompson a la propia contracultura, sino también, y sobre todo, a las hordas de seguidores posmodernos que tratan de imitarlo, o más bien, de imitar un monstruo de Frankenstein hecho con él y los escritores Beat (Burroughs, Kerouak, Ginsberg). Respecto a eso, tengo una opinión que posiblemente esté tan equivocada como la de un escritor adolescente que quiere despreciar las reglas periodísticas o de la narrativa. Pero como es mi blog, no se puede evitar que la escriba a continuación.
Cuando Hunter S. Thompson se implica tanto en el evento que está cubriendo que se vuelve un personaje central (la receta gonzo), no está haciendo un homenaje a su ego mezquino, como sí tratan de hacer sus imitadores. Está dando el único tipo de recuento que se puede dar alguien desde un ego que precisamente parece estarse cayendo a pedazos. Y no son las drogas, aclaro, las que lo desbaratan, aunque desde luego ayudan. Sus gustos y simpatías están explícitos en su descripción de cosas ajenas a él, e incluso exagerados hasta darle al texto ese colorido sicodélico, pero son sólo un reconocimiento honesto de que todo se percibe a través de unos filtros (algo que ya se había discutido en este blog). Finalmente, además, esto resulta ser un elemento de la forma, menos importante que otras cosas que están menos explícitas. Sospecho, incluso, que él escribía de ese modo, porque en vez de gastar sus energías en superar su manera retorcida de percibir, decidió aprender a escribir así. Y eso no fue una decisión cómoda, porque su aprendizaje parece haber sido aún así muy duro y disciplinado, como sugiere su obstinada idea de mecanografíar "el gran gatsby" de Fitzgerald "para familiarizarse con su música".
Nuevamente, me encuentro con que me extiendo demasiado. Para evitarlo, voy a enumerar las cosas que me quedaron por decir, de manera breve:
Adenda: Me doy cuenta de que no hablé de la película en sí, sino del personaje. La película es bien hecha, divertida, colorida, y todo eso. Johny Depp sale más bien poco, y entrevista mucho a la directora de "miedo y asco en las vegas". Me hicieron notar, eso sí, que tiene el mismo molde narrativo de todos los documentales sobre gente legendaria: comienzos oscuros, salto a la fama, degradación en la fama. Como calcado de uno sobre los Beatles. En "The Guardian" decían que es una película que cualquiera podría haber hecho más o menos bien, y que por lo tanto no valía la pena hacerla. Pero a mi me gustó el resultado, tal vez porque no veo tantos documentales.
Para hablar de la película, lo más fácil sería tomar la posición "it sucks" de Jay Sherman, y hablar de los numerosos puntos en los que no llega a ser excelente. Pero lo primero que voy a hacer, es reconocer que esa película me tuvo durante sus dos largas horas perfectamente absorbido en una montaña rusa de euforia, angustia, tristeza y rabia que tienen que haber sido un modelo de juguete de las que le provocaban al mismo Hunter las montañas de pastillas ilegales que ingería a cada rato. Supongo que una buena parte del mérito es del personaje y no de la película, porque por alguna razón lo que se refiere a este escritor siempre me ha movido mucho emocionalmente. Creo que sus escritos logran contagiar al lector (o al menos a algunos lectores) con una especie de agitación incómoda perpetua que en adelante asaltará la mente activada por cualquier cosa relacionada: el senador George McGovern, familiar del senador Jim McGovern mencionado en el disco duro del computador de Raúl Reyes (suenan risas grabadas), Las Vegas, Nixon, los Ángeles del Infierno, el Derby de Kentucky, los mint juleps, las pastillas de mezcalina.
Me declaro admirador de Hunter S. Thompson, pero me declaro también una persona absolutamente diferente de él. En particular, me declaro incapaz de escribir como él, porque soy aún más incapaz de vivir como él. El periodismo gonzo, esa inmersión furiosa en la realidad, es algo que debe ser increíble de experimentar, pero que como experiencia directa nos está vedada a la mayoría de los mortales, pienso yo. Al salir de la película comentaba incluso con alguien el hecho de que probablemente haya habido un componente de desequilibrio de neurotransmisores en la genialidad del doctor Gonzo, o una conexión pobre de los lóbulos prefrontales.
La parte fastidiosa del legado de Hunter S. Thompson, pienso yo, viene en dos sabores, que a modo de homenaje procederé a tratar de minimizar y justificar, como una especie de homenaje mínimo e irrelevante.
Uno, es el sabor a menta, de esos cocteles sureños de cuello rojo llamados los mint juleps a los que aludió un(a) comentador(a) de este blog en el post sobre Ralph Steadman. Este sabor incluye a la gran cantidad de detractores de toda laya que han querido explicar por qué el personaje en cuestión no es la gran cosa. Es un espectro amplio: va desde los literatos especialistas cuyo trabajo es no dejarse impresionar por nada que no haya sido un escritor oscuro que escogieron para su tesis de doctorado, hasta los cuellos rojos simpatizantes del KKK que reclaman que Hunter no representa la verdadera naturaleza cristiana de los Estados Unidos (y, por supuesto, ellos sí), pasando por unos católicos que se preocupan porque los jóvenes podrían tomar ejemplo de un escritor sexagenario suicida y volarse los sesos, yendo a dar con su alma inmortal al infierno, y, peor aún, haciendo algo con su cuerpo sin permiso de los curas. Este, por suerte, es un sabor que no hay que pasar muy seguido, porque estos detractores escriben más bien poco. Uno se los encuentra sobre todo comentando noticias, supongo que también llamando a las estaciones de radio gringas, o en los periódicos godos que uno no lee.
Y el otro, es el sabor a sándalo de los fanáticos poco razonables del personaje. No me refiero sólo a los hippies demasiado simplones que no captan las críticas de Thompson a la propia contracultura, sino también, y sobre todo, a las hordas de seguidores posmodernos que tratan de imitarlo, o más bien, de imitar un monstruo de Frankenstein hecho con él y los escritores Beat (Burroughs, Kerouak, Ginsberg). Respecto a eso, tengo una opinión que posiblemente esté tan equivocada como la de un escritor adolescente que quiere despreciar las reglas periodísticas o de la narrativa. Pero como es mi blog, no se puede evitar que la escriba a continuación.
Cuando Hunter S. Thompson se implica tanto en el evento que está cubriendo que se vuelve un personaje central (la receta gonzo), no está haciendo un homenaje a su ego mezquino, como sí tratan de hacer sus imitadores. Está dando el único tipo de recuento que se puede dar alguien desde un ego que precisamente parece estarse cayendo a pedazos. Y no son las drogas, aclaro, las que lo desbaratan, aunque desde luego ayudan. Sus gustos y simpatías están explícitos en su descripción de cosas ajenas a él, e incluso exagerados hasta darle al texto ese colorido sicodélico, pero son sólo un reconocimiento honesto de que todo se percibe a través de unos filtros (algo que ya se había discutido en este blog). Finalmente, además, esto resulta ser un elemento de la forma, menos importante que otras cosas que están menos explícitas. Sospecho, incluso, que él escribía de ese modo, porque en vez de gastar sus energías en superar su manera retorcida de percibir, decidió aprender a escribir así. Y eso no fue una decisión cómoda, porque su aprendizaje parece haber sido aún así muy duro y disciplinado, como sugiere su obstinada idea de mecanografíar "el gran gatsby" de Fitzgerald "para familiarizarse con su música".
Nuevamente, me encuentro con que me extiendo demasiado. Para evitarlo, voy a enumerar las cosas que me quedaron por decir, de manera breve:
- En uno de los accidentados viajes de este personaje, terminó por equivocación en Colombia, y estuvo durante un tiempo en Cali. En un libro que encargué a una amiga (que también tiene algo que ver con el Hermano Gregorio del pesebre) HST narra este episodio ("The Great Shark Hunt" para el que quiera tenerlo). No encontré el texto en la red, y dejé el libro en Colombia, de modo que quedo debiendo la cita. Sólo mencionaré que para él, en ese tiempo (entre el 62 y 63 creo), los colombianos y venezolanos eran la gente mas violenta del mundo.
- Después de muerto, se hizo cremar, y sus cenizas fueron disparadas por un cañón descomunal que él ayudó a diseñar cuando era joven. A continuación, el cañón con la forma del logo del movimiento por el que él se lanzó como candidato para sheriff de Aspen, Colorado. Ese logo, que también había sido mostrado en este blog, pasó a formar parte de la iconografía colectiva sicodélica del siglo XX, con su mezcla del puño activista social y el botón de peyote, la cuota sicodélica.
Imagen: Cañón funerario y monumento a Hunter S. Thompson, fotografía de Chloe Sells tomada de la página web de Kitchen Readings.
Adenda: Me doy cuenta de que no hablé de la película en sí, sino del personaje. La película es bien hecha, divertida, colorida, y todo eso. Johny Depp sale más bien poco, y entrevista mucho a la directora de "miedo y asco en las vegas". Me hicieron notar, eso sí, que tiene el mismo molde narrativo de todos los documentales sobre gente legendaria: comienzos oscuros, salto a la fama, degradación en la fama. Como calcado de uno sobre los Beatles. En "The Guardian" decían que es una película que cualquiera podría haber hecho más o menos bien, y que por lo tanto no valía la pena hacerla. Pero a mi me gustó el resultado, tal vez porque no veo tantos documentales.
5 comentarios:
Muy interesante la reseña del man. Intuyo que para destacarse hay que ser medio mutante y proclive a caer en los extremos tanto de las cosas buenas como de las malas. La senda media predicada por Buda seguramente producirá más gente feliz que famosa.
De todos modos sospecho que esto de los blogs tenderá más hacia la experimentación con las variaciones de la técnica Gonzo que hacia la búsqueda de la objetividad predicada por el periodismo tradicional.
Hace mucho tiempo, cuando leí esta entrada, te iba a recomendar a alguien que conozco y hace un interesante trabajo sobre periodismo gonzo. No lo hice porque, no sé, por pereza o afán tal vez. Aunque creo que tú ya lo conoces. Aquí va:http://la-fortaleza-de-la-soledad.blogspot.com/
a mi me gustaría que llevaran al cine dos libros del doctor en física: andrew macdonald Y QUE era miembro de la NATIONAL ALLIANCE (ya fallecido pero para mi uno de mis fisicos favoritos junto con angela merkel)
1.THE TURNER DIARIES
2. THE HUNTER
Lanark,
Como noto que “ves números en todos lados”, quisiera invitarte a conspirar sobre el número 9.
AD: No lo había pensado, pero sí, la mesura (o medida) no es la mejor manera de abordar la compleja ciencia de la autosuperación para ser rico y famoso, al menos no en el mundillo de los artistas, escritores y similares.
Y claro, los blogs no están tan regulados como un periódico. Sin embargo, mal que les pese a los blogueros, la técnica gonzo sí se beneficia con la colaboración de un editor.
Angelita: Hace mucho tiempo, cuando leí tu comentario, tuve una corta reflexión sobre por qué es que a veces no contesto los comentarios rápidamente, lo cual, sin ánimo de ofender a los blogueros que no siempre contestan a sus comentaristas, me parece un poco feo. Y no llegué a ninguna conclusión.
Está muy chévere el enlace que me pasas ahí, gracias mil.
Demonología: Mire que las lecturas que me recomienda se ven muy buenas, hola. Me gustaría ir, sacar los libros de la biblioteca y leerlos, pero quién sabe si tenga tiempo para lo último. Si los leo, ya los comentaré
Gran Hermano: No sabe la dicha que me da que haya un sitio donde uno pueda ir a hablar de números de manera informal. Le doy la bienvenida a su blog conspiranumerológico.
Publicar un comentario