lunes, enero 02, 2012

A LA CONTRA

Imagen: "confrontación", foto de Vladimir Voronin tomada en Kirgustán. Disponible en Pixdaus

Muchas cosas pasaron en el 2011, y enumerarlas haría una entrada aburridísima. Tal vez tome eso como un reto y lo intente, pero lo más probable es que esa idea se vaya al panteón de todas las cosas que jamás escribí. Para que no se me olvide: el año comenzó para mí en Düsseldorf donde Frau Rodriguez, siguió en Glasgow y Aberdeen elaborando proyectos, me vio en kilt en mi ceremonia de grado (en la que apareció por casualidad Chris Fuchs), y terminó con mi viaje a despedir a mi mamá. En ese viaje, largo como fue, cupieron muchas cosas. Por un lado, constatar el estado ruinoso de Bogotá, pero aún más, de Pasto, como marco de lo que dejó la muerte de mi mamá. Por otro, encontrarme con un estatus de celebridad menor debido a mi actividad en Twitter, que también me llevó a conocer a un montón de gente maravillosa. Muchas cosas.

En este momento, me siento inclinado a escribir sobre sólo una de las cosas que pasaron este año, o más bien sobre algo relacionado con una de ellas. Después de una década usando la red global para aprender a antagonizar, sentí que pude hacerlo para algo concreto y útil. De pronto, me vi en una situación de confrontación sostenida en la forma de una negociación. Una cosa de negocios que no voy a especificar aquí porque me quedaría dormido del aburrimiento. Sin embargo, sí quiero hablar sobre la experiencia de hacerlo.

Yo me imaginaba la confrontación como algo brutal pero aburrido. Un poco como un encontronazo entre colegiales que termina a los dos golpes. O, en el peor de los casos, como un matoneo que dura meses y del cual ninguno de los implicados puede salirse. Años de películas de acción, de suspenso, o de las otras, no me habían convencido de que el tire y afloje de una confrontación pudiera ser algo interesante en un escenario sin libretos. Pero finalmente parece que estaba equivocado, porque una vez que estuve en la arena, por así decir, y sin la opción de sacarle el cuerpo, hasta le encontré gusto.

En un lenguaje más presentable, a la situación se le llamaría negociación, pero la palabra me evoca las situaciones simplificadas y limpias con las que trata la teoría de juegos, y no me parece adecuada. Se trataba de individuos (o agentes, si se quiere) con intereses poco claros, con una percepción de si mismos (incluido yo, claro) incompleta e inexacta, y con un control sólo parcial sobre sus acciones. Estoy familiarizado con las simplificaciones que hacen economistas y similares de esas situaciones, pero realmente se pierde mucho en la traducción.

Tal vez lo que más me gustó de la experiencia de una negociación un poco por las malas, es cómo se maneja la rabia. Normalmente la rabia es un estado en el que se pierde control y perspectiva de la situación, y mientras que algunas respuestas mecánicas se vuelven óptimas, el comportamiento queda a cargo de las opciones por defecto que deja el instinto, normalmente poco adecuadas en sociedad. Sin embargo, el que sabe hacer negocios por las malas ha aprendido a controlar su rabia; de hecho, la simularía si no fuera necesario ser un actor excepcional para eso. Como dice George Costanza, la mejor manera de mentir es creer las mentiras, y así mismo la mejor manera de simular rabia es enojándose. Sin embargo, hay que permanecer en control, de modo que toca encontrar una manera de dejar una parte de la mente consciente por fuera de la rabia. Un ejercicio de disociación que se parece un poco a desarrollar un testigo de la mente, como en algunos tipos de meditación. Este uso de la rabia me parece cuestionable, pero interesante. Tanto que incluso intenté imitarlo, de una manera algo amateur de todos modos.

Hubo también otro aspecto de la negociación que fue toda una revelación, y fue el valor de abstenerse de dar información. Limitar intencionalmente la información que se suministra. Tal vez por deformación profesional, habiendo sido profesor, ocultar deliberadamente información relevante es algo que no me cruzaría por la mente. Y más allá, eso incluso choca con mi disgusto ante la idea de mentir. Sin embargo, el hecho de llevar cuentas de qué sabe la contraparte y que no sabe, contrastado con lo que uno sabe, y todo eso usado para controlar las opciones que perciba y cómo las evalúe, es definitivamente una actividad interesante. Objetable, nuevamente, pero interesante; y una que, nuevamente, yo también tuve que usar.

No querría tener que volver usual esta manera de relacionarme con otros, pero sí confieso que fue interesante, y siento que aprendí mucho al practicarla. Ser un adversario. Como dice la canción, no se puede huir de El Adversario.


Crime and City Solution - The Adversary from Carol_Anne on Vimeo.

COMPREN, COMPREN