domingo, octubre 02, 2011

DEMASIADO PRONTO

El anterior fin de semana respiró por última vez Maria Eugenia, en medio del afecto de sus hijos, esposo y personas cercanas, que con incredulidad nos veíamos ante la fatalidad tristísima de seguir sin ella. Creo que hablo por todos los presentes cuando digo que era demasiado pronto para todos nosotros. Yo, en particular, sentía como si quien hubiera muerto hubiera sido una niña; aún cuando hubiera acompañado a muchos por varias décadas, aún cuando en su conversación fuera evidente una gran inteligencia y una educación amplia y profunda, había una cierta inocencia y sencillez que siempre me hicieron pensar en la inocencia de la infancia. Entre las cosas que tuve la suerte de conversar con ella en sus últimos días, está el recuerdo de su propia infancia en el colegio como una época muy feliz: el piano, sus hermanos, sus padres, sus amigas, la emoción de aprender a entender las cosas; quiero pensar que mucho de eso se quedó con ella toda su vida.


Alguna vez fue una joven tímida e inteligente que llevaba una vida aislada en Bogotá, mientras como alumna se ganaba el aprecio del legendario profesor Henry Yerly en la Universidad de los Andes; luego se graduaba en Popayán como la tercera ingeniera electrónica en la historia del país; años después se disfrazaba y jugaba con nosotros y nuestros primos cuando éramos niños pequeños; y en nuestra adolescencia establecía una amistad cordial con muchos de nuestros amigos, que se extendió hasta el presente. Es difícil para mi imaginármela de una edad determinada, y escojo imaginarla como una niña.


Mi mamá también fue una persona que durante toda su vida dio muchísimo más de lo que recibió, pero no hace falta que me extienda sobre eso, porque todos los aquí presentes lo saben de sobra. Dar mucho y recibir poco no parece algo que un niño quisiera hacer, pero es la consecuencia natural de una fe que conservó desde su infancia en el colegio de las Bethlemitas, y que se hizo más sólida, sin dejar de ser simple, con los años. Una fe que tenía el amor como piedra angular, un amor que si bien no es el amor egocéntrico de un niño, sí es simple e inocente. Sin querer demeritar las cosas que haya hecho, diría que fue el amor inocente por los demás lo que en alguna época la motivó a embarcarse en aventuras revolucionarias; esas que la llevaron por un lado a casarse y establecer una familia dándonos la vida a nosotros, aunque también desembocaron en un saludable escepticismo que espero haber aprendido en parte. Sin embargo, nunca perdió el sentido de la injusticia; me parece reconocer eso en un fragmento de una carta que escribió para mi hermana cuando ella era adolescente:


Se habla de las injusticias sociales, pero muy poco se menciona de las injusticias que hay en el amor. Se habla de sufrimiento por pobreza, enfermedad, miseria física, pero no se toma mucho en cuenta los grandes sufrimientos que padecen tantos jóvenes por culpa de la irresponsabilidad y desigualdad en el amor.


Como es natural, todo el amor que ella dio a los demás se ha reflejado, y hoy lo sentimos con tristeza, pero también con agradecimiento y como algo de ella que ha quedado en nosotros. Con todo ese amor, la despedimos y recordamos.


viernes, julio 22, 2011

MI VERANO GRIS EN ABERDEEN


Imagen: El puerto de Aberdeen, con el centro al fondo.  Tomada de Undiscovered Scotland

Este pobre blog abandonado, carambas.   Me reclama que ahora incluso llevo casi dos meses en una ciudad nueva, y no he escrito nada.  Que soy un maldito hipster, que porque ya no están de moda los blogs tengo a mi puñado de lectores abandonados.   Si hasta he actualizado más mi blog en inglés.    Pienso resarcirme con una entrada más bien ligera sobre Aberdeen, la ciudad donde he estado viviendo.

Le dicen a Aberdeen "la ciudad del granito" porque la mayor parte de las fachadas en el centro (y de hecho de casi toda la ciudad) están hechas de una piedra ígnea dura, gris con cristalitos que brillan con el sol; sí, exactamente, de granito.    Es una piedra gris que se mezcla bien con los edificios nuevos de concreto.   Dicen que es un poco deprimente vivir en una ciudad gris; aunque con su clima más seco que Glasgow, y, en lo que me ha tocado, más cálido, no me ha parecido particularmente deprimente.    Es, eso sí, una ciudad que se debate bajo las peores influencias del capitalismo post-industrial, con desarrollos lobos que su comunidad resiente y resiste, pero avanzan empujados por millonarias fortunas, como los planes para cambiar uno de sus parques más acogedores por un centro comercial.   O como el campo de golf monstruoso que Donald Trump, una de las personas más detestables del planeta, quiere construir por acá cerca, para añadir a su lista de estafas desastrosas.

Aberdeen es la puerta a las islas de Shetland y Orkney, al igual que a las plataformas de explotación de petróleo en el mar del norte, lo cual, en general, la hace una ciudad cara y loba.   Al menos, al Aberdeen moderno.    Pero también tiene una universidad vieja y respetada (en la foto, una de las entradas ornamentadas de manera más medieval en la Universidad de Aberdeen), al igual que otras menos viejas pero bastante dinámicas.  Valga la cuña a la universidad Robert Gordon, que a pesar de haber hecho cosas vergonzosas como darle un doctorado honoris causa a Donald Trump, también tiene una vocación de investigación científica notable.

Vivir en una ciudad nueva es una sensación deliciosa.  Buscar alojamiento, claro, es una actividad un poco angustiante y frustrante, pero si se hace en persona, se llega a conocer más de la ciudad.  Por un malentendido, por ejemplo, fui a dar un campus remoto (Gartdee) de la universidad Robert Gordon que no hubiera conocido de otro modo, y valió la pena, aunque no arrendara nada en esas lejanías.  En la foto, un espacio social donde me senté a descansar después de una hora y media de caminar.   Eso era antes de que me hubieran traído mi bicicleta de Glasgow.   Casi toda ciudad mejora mucho con una bicicleta.

El título de la entrada parecería sugerir que ha sido un verano deprimente, y realmente no.  El clima ha ayudado; ha habido incluso días soleados en que las playas (Aberdeen tiene buenas playas) se llenan de gente, aunque yo no me he atrevido a meterme al frío mar del norte aún.  Pero sí me parece deliciosa mi ruta de trotar que pasa por la playa.    Además, en Aberdeen hay buenos cines, buenas librerías, buenos bares y buenos teatros (no he ido a los últimos, confieso).    Cines: el cinema Belmont, clásico cinema indie para cuando uno se aburra de la basura hollywoodense,  el cine vue, para estudiantes vaciados (increíblemente barato para una ciudad tan cara).   Bares: el Drummonds, donde por puro chiripazo acabé en un concierto de ska donde bailé más de lo que me creí capaz, así no sea un gran fanático del ska (el grupo se llama Bombskare), también The Tunnels, donde oímos a los maravillosos Balkanarama.   En Belmont street hay también un pub gótico (tirando a metacho) donde me encontré una música noventera que fue una grata sorpresa: Slain's Castle.   En fin, andando por ahí, uno halla alguna cosa qué hacer.  Y dónde rumbear.   También vale la pena probar los hipercalóricos butteries, especialidad panadera de la ciudad, en diversas panaderías tradicionales.

Sí es un verano gris, emotivamente hablando, por otra cosa.   Este verano dejé de ser estudiante.   Lo he remediado temporalmente con un trabajo por unos meses, pero el resto de mi vida se balancea sobre mí como una espada de Damocles.  Sonará grecocaldense, pero así es.  Y eso fastidia.   No paran de preguntarme mis planes para el futuro.   Y los tengo, pero cada vez que los cuento me suenan más insustanciales.    Pero me gusta este limbo de dos meses que es Aberdeen.   Vivo en el campus de la Universidad de Aberdeen, que en época de vacaciones es hermoso, como todo campus deshabitado, aunque un poco más.    El edificio donde vivo me hace sentir en los años 70.   Y la universidad es marcadamente medieval.  No me quejo.

sábado, enero 15, 2011

DON JOACO

Una historia que probablemente le ha pasado un par de veces a las personas que viajan, es que están hablando con algún colombiano y se les acerca alguien a preguntarles si son colombianos. A eso a veces le sigue una historia muy curiosa e interesante sobre las peripecias de un extranjero en Colombia. Me pasó hace un par de años en Glasgow, con un escocés que se cuenta ahora en el círculo de mis amigos, y me volvió a pasar a comienzos de este año en Düsseldorf.

El extranjero en cuestión era esta vez un Alemán, de quien no diré el nombre para que no se encuentre aquí con Google, pero al que llamaré don Joaco, porque así le decían en Colombia. El de la foto es él, pero, la verdad sea dicha, no sé más de la foto que el hecho de que sale haciendo una búsqueda con su nombre.

Los alemanes son gente muy dada a viajar por el mundo, aparentemente. Yo recuerdo haber encontrado más alemanes paseando por sitios poco comunes en Colombia que gente de otras nacionalidades. También sugieren libros como One River, de Wade Davis, que si uno se topa con un blanco viviendo en las profundidades de la selva amazónica, hay un buen chance de que sea alemán.

Don Joaco habla buen español, aunque un poco aespañolado, porque vive en Ibiza. Después de haberse anotado hazañas como viajar de Alemania a la India por tierra, se paseó por pueblos de Colombia como Florencia (Caquetá), Riohacha (Guajira) y otros periféricos, igual que las ciudades intermedias y, claro, la capital. Y, en algún punto, terminó con sus huesos en una cárcel de Venezuela, donde decidió escribir su autobiografía. Biografía que quedó consignada como 6 tomos en alemán que hasta el momento, qué cosas, no ha podido publicar. Después, se dedicó a seguir viajando, y a escribir novelas de ciencia ficción e intriga política. Durante algún tiempo creó y mantuvo, con otros socios, una editorial, presumiblemente con la motivación de publicar sus propios libros.

Don Joaco sabe bastante de historia y literatura, en conocimientos que parecen estar organizados en su cabeza esa manera caótica y algo conspiranoica característica de algunos autodidactas. Nos hizo, a mi y a mi acompañante, una enumeración del origen de los mitos cristianos en los de culturas precristianas.

Sus historias en latinoamérica hacen pensar que se ocupó en emprendimientos más acordes con la novela negra que con algún otro género, y no nos sorprendió que no quisiera describirlos ni siquiera de manera general (alguien me decía alguna vez que nadie jamás había ido a Florencia con intenciones honorables). Sus peripecias tratando de hacer funcionar una editorial también pueden tener un tono novelesco, así sea porque ese tipo de negocios está sobrerrepresentado en la literatura, por estar precisamente relacionados con ella. Sin embargo, sus preocupaciones actuales son bastante más prosaicas. Quiere una esposa. Preferiblemente latinoamericana. Su anterior esposa, colombiana, con la que tuvo dos hijos, lo dejó por su vecino ibicenco, aunque ahora son buenos amigos (y vecinos) los tres.

Curiosa esta vida de los hombres de acción. Y solitaria.

COMPREN, COMPREN