Si estaban muy contentos pensando que en este blog sólo habían textos encabezados por una imagen bonita o al menos una imagen de un tipo feo pero con un fondo bonito, y bien escritos, y muy informativos: les tengo noticias: aquí va uno que no es así. Este es sólo carreta sobre nada. Pero no es divertido, como la serie Seinfeld, que era sobre nada.
No voy a extenderme sobre el hecho de que esta mañana le eché jugo de arándanos al cereal de hojuelas de maiz con saborizante a nueces, o que antenoche le eché aceite de ajonjolí. Sólo diré que sorprendentemente, no me purgué.
No voy a tomar la fórmula de los cuenteros vueltos chic (no voy a decir ese anglicismo que designa el género como comedia de levantados) y a decir ¿ustedes se han fijado que...? o la fórmula calcada con descaro de los gringos de ¿qué pasa con...? Pero voy a usar una fórmula igualmente carente de chispa:
Cuando el bus de Pasto a Bogotá paraba en medio del trayecto, usualmente en un restaurante improvisado sólo para buses, yo me bajaba, y veía alguna piedra salida del resto del asfalto, algo del tamaño de una falange, pensaba en que nadie mira otros millones de piedras como esas, y no hace ninguna diferencia que las miren. Si me encontrara la piedra que había mirado 15 años antes aquí en Glasgow, digamos que se hubiera venido en el zapato de un turista, en una maleta, yo no la reconocería, y daría lo mismo.
A eso, llamémosle vacuidad. Si la piedra es la misma o no, si sus electrones se han intercambiado con los de un asteroide o los de la silicona de un implante, o si se puede rigurosamente trazar la trayectoria de la piedra desde hace 15 años hasta hoy, para el caso de la piedra no importa, porque da lo mismo.
Y me parece que no sólo es la piedra, quién sabe cuánto de lo que recuerdo hace 15 años se puede identificar con algo actual, así uno tenga moldes en la cabeza que hacen encajar las cosas. No tenemos suficientes moldes para piedras del tamaño de una falange, pero creemos, contra toda evidencia, que nuestro cuerpo es el mismo, y lo asumimos también de nuestro cerebro.
Pero no importa. Esas preguntas son lo que los positivistas llamaban, con cierto tono despectivo, metafísica.
Al hecho de que no importa, yo lo llamo vacuedad. Algunos han creído que la vacuedad es la misma nada que les halaba las patas a los existencialistas y hacía orinar del miedo a los escolásticos, pero no. Como de todos modos está medio cerca, digamos que este es un texto sobre nada.
No voy a extenderme sobre el hecho de que esta mañana le eché jugo de arándanos al cereal de hojuelas de maiz con saborizante a nueces, o que antenoche le eché aceite de ajonjolí. Sólo diré que sorprendentemente, no me purgué.
No voy a tomar la fórmula de los cuenteros vueltos chic (no voy a decir ese anglicismo que designa el género como comedia de levantados) y a decir ¿ustedes se han fijado que...? o la fórmula calcada con descaro de los gringos de ¿qué pasa con...? Pero voy a usar una fórmula igualmente carente de chispa:
Cuando el bus de Pasto a Bogotá paraba en medio del trayecto, usualmente en un restaurante improvisado sólo para buses, yo me bajaba, y veía alguna piedra salida del resto del asfalto, algo del tamaño de una falange, pensaba en que nadie mira otros millones de piedras como esas, y no hace ninguna diferencia que las miren. Si me encontrara la piedra que había mirado 15 años antes aquí en Glasgow, digamos que se hubiera venido en el zapato de un turista, en una maleta, yo no la reconocería, y daría lo mismo.
A eso, llamémosle vacuidad. Si la piedra es la misma o no, si sus electrones se han intercambiado con los de un asteroide o los de la silicona de un implante, o si se puede rigurosamente trazar la trayectoria de la piedra desde hace 15 años hasta hoy, para el caso de la piedra no importa, porque da lo mismo.
Y me parece que no sólo es la piedra, quién sabe cuánto de lo que recuerdo hace 15 años se puede identificar con algo actual, así uno tenga moldes en la cabeza que hacen encajar las cosas. No tenemos suficientes moldes para piedras del tamaño de una falange, pero creemos, contra toda evidencia, que nuestro cuerpo es el mismo, y lo asumimos también de nuestro cerebro.
Pero no importa. Esas preguntas son lo que los positivistas llamaban, con cierto tono despectivo, metafísica.
Al hecho de que no importa, yo lo llamo vacuedad. Algunos han creído que la vacuedad es la misma nada que les halaba las patas a los existencialistas y hacía orinar del miedo a los escolásticos, pero no. Como de todos modos está medio cerca, digamos que este es un texto sobre nada.