
Medida es una palabra con muchos significados, todos muy interesantes. La mayoría, vienen de una raiz común, un verbo en latín que significa comparar con una unidad apropiada. Como cuando uno toma una regla, y compara una longitud con las que representan los números en la escala. De ahí viene también la noción matemática de medida, importantísima en la definición de ciertos espacios, y de los operadores que actúan sobre ellos.
Cuando se trata de medir volúmenes de un líquido, ocupación que se llevó un buen porcentaje de mi tiempo cuando estudiaba química, comparábamos el nivel del líquido con un aforo, (aquí un ejemplo en wikipedia) una marca que determinaba una unidad de medida estándar para un determinado recipiente.
La falta de estructura de los líquidos hace que no conserven su forma, y por lo tanto, llenen completamente el recipiente hasta el aforo, desplazando todo el aire dentro.
Por otro lado, también se le llama medida a la capacidad de limitar una acción, es decir, de hacerla en cierto modo coincidir con, o al menos limitarse por, una unidad razonable. El que hace algo en demasía, lo hace sin medida. (dice la canción "ódiame sin medida ni clemencia", queriendo decir sin límite). A actuar sin medida, le llaman también actuar desaforadamente, con relación al aforo mencionado antes.
Toda esta disquisición me la inspiró un texto del escritor colombiano (antioqueño) Fernando González, el filósofo de otraparte, considerado por algunos el único filósofo colombiano. Este texto habla de una cierta clase de personas carentes de medida, cuya carencia de estructura los lleva, como los gases, a expandirse, en cierto modo, hasta ocupar todo el espacio del que disponen. Fernando González vivió a principios del siglo XX, y fue testigo excepcionalmente suspicaz de la consolidación del capitalismo, con cierto tipo de hombre sin medida que éste estaba creando. Eso, claro en una versión muy idiosincrática, que el sólo atribuye al trópico.
Así fue como en su libro "viaje a pie", de 1929, editado por la Universidad de Antioquia en 1993, desarrolla la idea de este hombre sin estructura y sin medida que iba a ser tan preponderante en el siglo XX, y sigue por desgracia siéndolo. Este libro es un libro relativamente escaso y poco conocido, que me regaló un físico colombiano que resultó relacionado conmigo por dos lados completamente diferentes e improbables. Y el libro corrió también la improbable suerte de ser uno de los 4 que, en mi austeridad, me traje a Glasgow.
En este libro, González se refiere a este hombre sin estructura ni medida como el hombre gordo. Tal vez hoy en día se considere políticamente incorrecto llamarlo así, y tal vez se confunda con la superficialidad de los medios masivos de comunicación que reduce todo a la apariencia. Pero, ya con el preámbulo, espero que mis lectores lo entiendan mejor:
Noche horrible aquélla, pues roncaba a nuestro lado el hombre gordo de Medellín. Venía de las olimpiadas de Cali, borracho, este señor Jose María. ¿que no hay una pieza? ¡bien pueda cobrar lo que quiera! ¡aquel viejo ladrón de Manizales me alquiló esta mula!... ¡pagué cien pesos, y mire usted lo que me dio! ¡cómo despilfarran dinero los manizaleños en esos cables! ¡el Valle del Cauca no sirve para nada! No hay como Medellín, en donde se propugna por las carreteras. Entonces vimos claro el significado del hombre gordo. Este es un producto del trópico, así como los cucurbitáceas que cubren las tierras del Retiro. El hombre gordo es el hombre exagerado; carece de lo que llamaban los clásicos y los moralistas antiguos el sentido de la medida. Son muy peligrosos; caen sobre los individuos y los pueblos como una montaña aplastadora: dos hombres gordos idearon la Carretera al Mar, que ha sido nuestra ruina, y dos hombres gordos han gastado en eso dos millones. Toda nuestra vida de república ha sido vida de hombres gordos. Siempre hemos carecido de la delicadeza del animal de sangre. Ser hombre flaco consiste en aceptar la idea o sensación actual de un modo equilibrado, o sea armonizándola con su complejo espiritual. A los antioqueños los domina una idea o un deseo, y se desparraman. (...)Para adquirir el éxito es necesario darle todo nuestro corazón al fin perseguido, y desechar todo lo demás en cuanto no tenga relación con él por bueno y agradable que sea. Esta es la filosofía del hombre gordo, que ronca sin medida en la casa de doña Pilar, soñando, quizá, en propugnar por las carreteras. |
Probablemente, en estos tiempos post-industriales, haya que matizar este personaje con nuestros nuevos ricos contemporáneos, especialmente los nuevos ricos que deben su fortuna a crímenes novedosos, como el narcotráfico globalizado (no es novedoso en sí, es novedosa la forma como se hace), la especulación financiera, la ganadería extensiva, la extracción de petróleo, y los monopolios del negocio de salud.