
No crean, no pienso despacharme contra nuestra sociedad en su carrera desenfrenada por agotar todos los recursos y colapsar, porque me he hecho el propósito de limitar el contenido político del blog. Voy a darle a eso más bien un tono egocéntrico, para que se vea que me quejo, porque me afecta.
Acá en el Reino Unido, la mayoría de la gente está embarcada en una cosa que llaman la "escalera inmobiliaria". Esto significa que viven en función de pasarse a vivir a una casa o apartamento con más "caché". Lo cual en mi opinión no está mal, en realidad. Hay maneras un poco fastidiosas de forzar a todo el mundo a meterse en ese cuento; uno rápidamente se da cuenta de que los británicos no son tan exigentes con la apariencia personal como los colombianos, a uno no lo discriminan tanto por la manera como se ve, es decir, la ropa que usa, si se afeita bien, si se corta las uñas, si se baña todos los días. Pero vivir en un sitio mal visto, sí se supone que debe ser motivo de vergüenza. Lo cual, por supuesto, me importa un pepino, porque me muevo en un medio académico de geeks y desadaptados; y en ese medio la sociedad no ha sido tan exitosa metiéndo a la gente a esa carrera alocada, aunque sí los tenga del cuello en otros aspectos. Y esos mecanismos de distinción me resbalan, como me resbalaba en mi adolescencia la ropa de marca. Eso, entonces, no es mi problema, aún. El mercado de bienes raíces se mueve rápido, e incluso puedo aspirar a conseguir un apartamento rápidamente para establecer un protectorado de Orland colombo-griego.
El problema, es lo que está detrás de la escalera inmobiliaria: la especulación.
Creada la necesidad, el proveedor comienza a comportarse como un jíbaro (o camello, como se dice en otros lados). La vivienda es la droga de la sociedad. En varios sentidos; es por ejemplo generador de empleo a corto plazo, generador de liquidez para los vampiros zombies mutantes adoradores de satanás del sector financiero, etc. El problema, es que hay un límite de lo que se puede construir antes de que aparezcan los síntomas de la sobredosis. Podría decirse que el cambio climático ya es una resaca de los excesos de estupefaciente pasados. El "mono" dirían los españoles.
Creada la necesidad, el proveedor comienza a comportarse como un jíbaro (o camello, como se dice en otros lados). La vivienda es la droga de la sociedad. En varios sentidos; es por ejemplo generador de empleo a corto plazo, generador de liquidez para los vampiros zombies mutantes adoradores de satanás del sector financiero, etc. El problema, es que hay un límite de lo que se puede construir antes de que aparezcan los síntomas de la sobredosis. Podría decirse que el cambio climático ya es una resaca de los excesos de estupefaciente pasados. El "mono" dirían los españoles.
Especulación, decía. Los precios se mantienen altos a como de lugar. Se rumora que una fracción no despreciable de la ciudad no está habitada, mientras las plumas (grúas grandes de construcción) invaden todos los límites de la ciudad, hacia adentro y afuera, para ampliar ese porcentaje.
Por otro lado, hubo tiempos, medio premodernos, en que los propietarios le sacaban jugo a eso enlatando decenas de inquilinos en casas pequeñas como quien esconde 101 chinos en Zipaquirá. Y el gobierno, que acá no es del todo canalla, reglamentó eso, otorgando licencias para limitar el número de habitantes en un apartamento. Pero, como buenos burócratas, lo sobre-reglamentaron, en realidad se espera un margen de incumplimiento de la norma, que es de por sí un poco exagerada. Y con eso, les dieron a las agencias inmobiliarias un elemento más para jugar con uno al gato y al ratón.
De modo que, en la tercera semana de buscar apartamento (la primera, no era en serio, la verdad) nos han cambiado varias veces la versión de las reglas del juego según los representantes de las inmobiliarias. Pero ahí seguimos en la lucha para salir del Panóptico.


Otro par de dibujos de El Roto.