No hay caso, los libros también nos dicen lo que queremos oír. No hay otra manera. No conozco la aristocracia decadente francesa, pero Proust me habla de la gente que conozco. No vivo en la sociedad monstruosa e impersonal norteamericana, pero Palahniuk me habla de las neurosis y búsquedas de redención de la gente que vive a mi alrededor. Y Torrente Ballester también convoca arquetipos universales para que se sienten en mi prosaica habitación, encarnados en personajes armados con los rasgos que tengo en mi memoria.
Por eso, no me importa ser demasiado benigno con un autor. En este momento, estoy leyendo a Jodorowsky, y realmente me ha llegado con muchos roces y con muchos peros; presumiblemente por malentendidos verbales. Él no es un escritor, es un hombre de acción. No creo que se obtenga lo mejor de él leyéndolo. Pero yo le doy una oportunidad de aparecerse en mi mundo insignificante, y lo cito con una frase que, para mí, es gigantesca:
No quiero que me ames Quiero que ames Los incendios no tienen dueño |
Yo creo que el blog aguanta una frase (aparentemente) cursi al año...