domingo, junio 22, 2008

CUNA DE LA BOMBA QUE REBOTA

Imagen: el Lancaster I suelta la bomba que rebota, probablemente en la costa inglesa en un ensayo de ese gran barril explosivo que tumbó una represa alemana durante la segunda guerra mundial. Tomada de Stephen Years dot com (aparentemente un buen blog).

Hace tiempo había oído, probablemente en un documental, sobre la bomba que rebota (bouncing bomb). No me acuerdo mucho, porque normalmente esas vainas de guerra no me impresionan demasiado. Creo que todas las guerras han sido básicamente un montón de gente dándose machete en un barrial sin ton ni son. Ni siquiera me interesa verificar si todo ese cuento de la "estrategia" es un intento patético de hacer ver interesante a ese negocio tan sucio.

Y pues la bomba, sí, chévere, como en las películas de Rambo. Quién no se emociona cuando los militares corruptos que persiguen a Rambo en su tercera edad, se encuentran un bombonononón de la segunda guerra que les estalla en la cara y pulveriza suficiente selva para poner un hipermercado con sus parqueaderos...

El caso es que cuando vi la película de Winterbottom "24 Hour Party People", la imágen que encabeza el blog me pareció familiar. Al comienzo de la película aparece Steve Coogan personificando a Tony Wilson (tremendo personaje) hablando de Manchester, "cuna del ferrocarril, el computador y la bomba que rebota". Los dos primeros inventos me interesan, desde luego, muchísimo más, pero hablaré de ellos más adelante. Todo esto viene a que, poco después de ver la película, tuve la oportunidad de ir a la ciudad donde se desarrolla: Manchester. De buenas.

Leer novelas situadas en determinada ciudad, o al menos ver películas con las mismas características, es algo que recomiendo al que va a conocer el sitio por primera vez. En mi caso, antes de venir a Glasgow, sólo leí Lanark, una vida en 4 libros, de Alasdair Gray, que transcurre en buena parte en una especie de alter ego fantástica de Glasgow llamada Unthank. Que conste, eso sí, que leí el libro y adopté el nickname mucho tiempo antes de que se me hubiera siquiera ocurrido venir a Glasgow.

El caso, es que haber visto la película me hizo aún más agradable mi paseo por Manchester, pensando por ejemplo que en cualquier puente iba a aparecer una encarnación de Boecio recitando con un profundo acento mancuniano (de Manchester) "Es mi creencia que la historia es una rueda. 'La inconstancia es mi esencia' dice la rueda. Sube con mis radios, si quieres, pero no te quejes cuando te traigan de vuelta a las profundidades. Los buenos tiempos pasan, pero así también pasan los malos. La mutabilidad es nuestra tragedia, pero es también nuestra esperanza," ("It's my belief that history is a wheel. 'Inconstancy is my very essence,' says the wheel. Rise up on my spokes if you like but don't complain when you're cast back down into the depths. Good time pass away, but then so do the bad. Mutability is our tragedy, but it's also our hope. The worst of time, like the best, are always passing away.") Qué bueno sería poder darle una moneda (el boecio mancuniano es un pordiosero) y decirle "yo se".

Hubo cosas de Manchester, eso sí, que no se me presentaron anunciadas, como los canales. Qué gran invento. Si uno tiene plata (comparativamente, no mucha) y tiempo (bastante), puede hacer un paseo por canal de muchas semanas en Inglaterra, y otros más cortos en Gales y Escocia. Ojalá alguna vez me anime a irme en canal a Edimburgo, por ejemplo. Algo me atrae mucho de esa idea. Pero aparte de su valor práctico, y del servicio que prestaron llevando el carbón a las fábricas durante la revolución industrial, los canales son una parte muy bonita de Manchester, sobre todo en la zona de Castlefield. Ese es el sitio donde hace mucho tiempo los romanos construyeron un fuerte (del cual han reconstruído un poco) llamado Mancunia, y alrededor del cual creció la ciudad.

Otra parte que me gustó mucho fue la zona bohemia de Manchester, el Northern Quarter. Ya había notado que Manchester es una ciudad más cosmopolita que Glasgow, pero fue allá donde lo confirmé completamente. Almacenes de discos, de utilería para teatro, de ropa chocoloca, de artículos de diseñador, y otro montón de cosas, que incluso en Edimburgo no se consiguen tan fácil. Y un ambiente dificil de describir, de ciudad grande. No lo tiene, por ejemplo, Bristol. Ni ninguna ciudad escocesa, me parece. Bogotá tiene un poco, pero en Colombia no hay más. Londres, desde luego y México. No conozco más.

De hecho, Manchester, hasta donde pude ver, está en el punto perfecto de tamaño: es suficientemente grande para ser interesante y tener una buena oferta cultural, pero no es fastidiosa y trillada como Londres, con toda esa mano de colombianos (sin ánimo de ofender), con todo carísimo y con tanto ratero.

En un paseo al suburbio de Salford, pasé por la Universidad de Salford, donde parecen estar bastante orgullosos de su laboratorio acústico, donde podrían agregar pato libre de eco a la lista de atracciones científicas de Manchester.

Lo cual me lleva al museo de la ciencia y la técnica, donde tenían algo relegada a una de las mejores máquinas tragamonedas que yo haya visto, el mastica-números (number cruncher). Dado que bajo las actuales circunstancias migratorias y económicas es poco probable que muchos de mis lectores vayan a verlo, diré sin miedo a ser aguafiestas que incluye un ratón mordiendo los cables, una boca que mastica y traga números, y un malfuncionamiento que lo prende en llamas. Excelente. Y de ahí, uno pasa a ver las máquinas con las que procesaban el algodón a finales del siglo XIX, unos aparatos bastante sofisticados. Y en otro lado, desde luego, el ferrocarril. Qué locomotoras tan bonitas. La visita a las máquinas de vapor fue casi tan bueno como hubiera sido cuando yo todavía era químico. No he perdido el gusto por la termodinámica. Por ahí también tenían el avión de Chocolatinas Jet.

El lunar del paseo fue que en la galería Richard Goodall cerraron antes de tiempo, y no pudimos ir a la retrospectiva de Central Station, la agencia de publicidad que le hacía unos afiches superpoderosos a Tony Wilson y a toda esa gavilla rockera de los 80s-90s en Manchester. Pudimos, eso sí, ir a una galería muy fifí a ver cosas que estamos muuuuy lejos de poder adquirir. Todo muy bonito.

Y el texto ya se me hizo muy largo, cuando me falta hablar de la hermosa biblioteca John Rylands, un edificio absolutamente excepcional lleno de tesoros impresionantes, incluyendo copias muy viejas de parte del Tripitaka, el canon central del budismo Theravada. Y una sala de lectura, muy moderna, que les donó el pulpo corporativo Elsevier. (no confundir con ELJAVIER, editorial de la desaparecida TAOQUEM, REVISTA DE QUÍMICA ABSURDA).

No puedo dejar tampoco por fuera el hostal donde nos quedamos, que merece la publicidad buena que pueda darle. Hablo de Hatters, un hostal barato, sencillo, pero aseado y acogedor, situado en el nunca bien ponderado sector del Northern Quarter, a dos cuadras de la pintoresca escuela de Gung Fu de los herederos de Bruce Lee. Cada piso de dicho hostal tienen una galería de fotos de alguna de las grandes figuras del rock de Manchester: Tim Burgess de los Charlatans, Steven Patrick Morrissey de los Smiths, etc. Probablemente había estrellas mancunianas para más pisos de los que tenía el hostal, pero por alguna razón (mi pobreza de espíritu) no ví cuáles otros había. También tenían un mural inequívocamente discordiano por ahí. Un buen hostal.
Finalmente, también me faltó hablar de la transformación urbana de Manchester en fechas recientes, que involucra mucha construcción, maquillaje, y sacar a los pobres a patadas. Uno de los edificios más impresionantes es el de los tribunales, un mueble archivador gigante con algunos de los cajones deslizándose hacia afuera:

COMPREN, COMPREN