martes, enero 09, 2007

GENIUS LOCI

Imagen: "Up river Kelvin", por Jamie Simpson

Llámenme provinciano, pero he quedado hondamente impresionado por
el espectáculo del río Kelvin crecido y pasando a un metro escaso del puente peatonal.
Si fuera de una ciudad rivereña, o de la costa, tal vez no me hubiera impresionado tanto, pero la experiencia de hoy está adobada con un fuerte sabor local, que es tal vez más bien falta de sabor.
El río Kelvin, pasando por la mitad del parque Kelvingrove en Glasgow, tiene unos 10 metros de ancho, y unas aguas que se ven verdes tal vez más por los residuos vegetales, que por algas Spirogyra que suelen teñir las aguas tropicales, cuando el torrente es lo suficientemente lento para exponerse plácidamente al sol por suficiente tiempo.

Esa masa de agua ligeramente verde pasa bajo el puente a unos 10Km/h en un flujo bastante vigoroso y turbulento, haciendo un ruido como de animales grandes nadando y chapoteando. Quedé hipnotizado por un momento (no se cuanto) viendo las montañas que aparecían y desaparecían lentamente pero con una fuerza intimidante, a veces coronadas por una pequeña cresta que en un momento dado parecía hacer una pequeña explosión de salpicaduras.
Era realmente un espectáculo hipnotizante, pero no monótono, los patrones de las olas en forma de cordilleras se acomodaban y reacomodaban en una forma muy organizada, que a los pocos segundos daba lugar a otra completamente distinta. Y en medio de ellas, como si fuera un buceador que sale vigorosamente del fondo, manojos de burbujas se abrían camino hacia la superficie con fuerza, quién sabe desde dónde.

Cuando logré zafarme al embrujo del agua turbulenta, seguí caminando, y me sorprendí pensando cuán natural es atribuirle a las fuerzas de la naturaleza una causa consciente: sean los hados, los "genius loci" o espíritus guardianes, que prácticamente todas las culturas que llamamos primitivas han utilizado para explicar la naturaleza. No tengo ningún mensaje qué transmitir, tal vez ni siquiera tengo ningún pensamiento nuevo que no venga sólo de mi. Pero mi cuerpo, mi totalidad, siente como si le hubiera estrechado la mano al espíritu del lugar.

Después de estudiar la química y la física de una manera razonablemente exaustiva, yo sé que lo que vi en el río se puede reproducir por pedacitos en un laboratorio, modelar en un computador, separar y volver a juntar a satisfacción, pero de alguna manera, todo ese conocimiento no llega a acercarse al carácter de encuentro con el "espíritu del lugar" que uno puede experimentar cuando deja de pensar. Tal vez, de la misma manera que toda la fisiología o anatomía que se pueda aprender no puede deshacer el embrujo de ciertas miradas.

De camino a la casa por el parque, pasé por varios árboles que, aunque sin su follaje, ejercieron suficiente resistencia a la última ventisca para ser despojados de grandes ramas, o quebrado su tronco. El que no esté suficientemente tostado para reconocerle a un sitio su espíritu, tal vez sí lo esté para reconocérselo a un árbol. Los árboles no tienen sistema nervioso, pero ya son un organismo con unos procesos químicos y físicos muy complejos y completamente engranados entre sí, que permiten definir con bastante certeza los límites del organismo del árbol. La vida de los árboles tiene una escala de tiempo distinta a la humana, y las reacciones del árbol ante distintos estímulos es muy lenta para ser vista por el humano que no se tome el suficiente trabajo para verla. Sin embargo, tengo otra experiencia que me hizo pensar en algo como un "espíritu" de las plantas, durante una ceremonia de yagé. Fué un momento en que sentí que el aquietamiento de mi mente me abría las puertas a la escala de tiempo de las plantas, y el descuido total de mi atención habitual para percibir, permitió que viera, sin mayor sobresalto, una estructura como vegetal que se extendía más allá de un arbusto, y se enredaba como un capullo a mi alrededor, como si me abrazara o protegiera. Aunque la poca neuroquímica que se no me permite decir que conozco detalladamente como el DMT y demás componentes del yagé alteran el procesamiento de la información de los sentidos, sé que probablemente existe tal explicación, y aún así, no siento la mas mínima inclinación a desechar la experiencia subjetiva de ese encuentro con ese arbusto.

Podría seguir acercándome con ejemplos a la especie humana, pasando a los animales, después a los vertebrados, a los mamíferos, a los mamíferos superiores, y finalmente a los primates y al hombre. Y en ningún momento deja de ser tan absurdo o tan razonable pensar que hay algún tipo de conciencia detrás de los fenómenos.

La razón por la que la ciencia no puede acercarse al problema de la conciencia, al menos como yo la entiendo, es que la ciencia sólo puede abordar los problemas en tanto que el observador no sea el mismo observado. La experiencia subjetiva está claramente por fuera del alcance de la ciencia. Y la conciencia, que es conciente de sí misma, mucho más. Los que dicen que la conciencia es un fenómeno químico, la están confundiendo con otra cosa, porque un fenómeno químico que se observara a sí mismo, no sería descriptible en términos de química. Un fenómeno químico sólo es descriptible si es observable por un observador externo al fenómeno.

El "investigador científico de la conciencia" puede medir de un paciente todo lo que quiera, pero la experiencia subjetiva, la conciencia de si, queda para el paciente, que a lo sumo, podrá tratar de describírsela al investigador con un lenguaje hecho para hablar de hechos concretos y externos.

Por otro lado, si estamos dispuestos a aceptar el conocimiento que durante siglos se ha acumulado metódica y sistemáticamente, con un increíble rigor, por los practicantes de distintos tipos de meditación, hay lugar para la conciencia detrás de todos los fenómenos del universo. De hecho, hay lugar para todos los fenómenos del universo en la conciencia.

COMPREN, COMPREN